Jesús mío, mi amor, mi hermoso
Niño, te amo tanto...
Tú lo sabes, pero yo quiero
amarte más:
Haz que te amé hasta donde no
pueda amarte más una criatura,
Que te amé hasta morir...
Ven a mí, Niño mío; ven a mis
brazos,
Ven a mi pecho, reclínate sobre
mi corazón
Un instante siquiera, embriágame
con tu amor.
Pero si tanta dicha no merezco,
Déjame al menos que te adore,
Que doblegue mi frente sobre el
césped
Que huellas con tus pies,
Cuando andas en el pastoreo de tu
rebaño.
Pastorcillo de mi alma,
pastorcito mío,
Mira esta ovejita tuya cómo
ansiosa te busca,
Cómo anhela por Ti.
Quisiera morar contigo para
siempre
Y seguirte a donde quiera que
fueras,
Para ser en todo momento
iluminada
Con la lumbre de tus bellísimos
ojos
Y recreada con la sin par
hermosura de tu rostro
Y regalada con la miel dulcísima
Que destila de tus labios.
Quisiera ser apacentada de tu
propia mano
Y que nunca más quitaras tu mano
de ella.
Más, quisiera Jesús mío:
Quisiera posar mis labios
Sobre la nívea blancura de tus
pies.